Fueron las palabras que él dijo cuando, diez años después, se la encontró por mera casualidad en un café.
Ella sonrió, le dijo «hola, te quiero», pero de sus labios sólo salió «hola, ¿qué tal?». Estuvieron horas conversando hasta que él, en ese tipo de cosas siempre era él quien perdía la vergüenza por más vergüenza que le diera lo que había hecho (¿cómo pude dejarte?, ¿cómo fui tan imbécil hasta el punto de no darme cuenta de que todo lo que quería estaba en ti?), le dijo con toda la naturalidad del mundo que quería acostarse con ella.
Primero, ella pensó en abofetearlo y después en amarlo toda la tarde y toda la noche; a continuación pensó en huir de allí y después en amarlo toda la tarde y toda la noche y, al final, decidió no decir nada y, lentamente, ocultando las lágrimas de los ojos, lo abandonó de la misma manera que él la había abandonado una década antes.
No era una venganza, ni siquiera un castigo; sólo sintió que estaba tan perdida dentro de lo que sentía que tenía que irse lejos de allí para llegar dentro de sí. Pensó que probablemente fuera eso lo que le había sucedido aquel lejano día en que la había dejado, sola y retorcida de dolor en el suelo, para no volver nunca más.
"De todo lo que quiero, tú eres lo que más me apasiona".
Fueron las palabras que ella dijo unos minutos después, cuando él, obstinado, la siguió hasta el final de la calle en hora punta. Estaban frente a frente, todo el mundo pasaba por su lado sin advertir que allí se decidía el futuro del mundo. Él dijo: «me casé con otra mujer para poder amarte en paz».
Ella dijo: «me casé con otro hombre para que otro ruido te acallara en mí». Aunque la verdad es que ni el uno ni la otra dijeron nada de eso porque ni el uno ni la otra eran poetas. Pero lo que las palabras de uno («te quiero con locura») y las palabras de la otra («te quiero con locura») dijeron fue eso mismo. Entonces, la calle se paralizó ante su abrazo.
bestseller de Pedro Chagas Freitas
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